Basta. Basta un cascote tirado – y siete u ocho peregrin hirsutos se levantan, titubeando, entre los rizomas henchidos de agua. Tumultuosos, chapoteando como diablos, ostentan picos como zuecos y buches bulbosos. Vencerán sin peligro : fraternidad de lianas, ¡las anacondas no pasarán ! Así es : los fenómenos de capilaridad y ósmosis entre gigantes de la sabana (con encéfalo atrofiado) proceden de un rito de sangre, de un vals turbio donde participan tucanes y serpentarios, pero no los reptiles ni los batracios, por oscuras razones de rictus irreconciliables con el ritmo general de la mueca cavernícola. Un orín líquido, de corrosión implacable, recorre con un mismo brinco despavorido el lirio, el áloe, el euforbio, la curva voluble del auzón que la hace arborescente – más alto que la torre natural que ella cierne y separa, haciendo volar a cien leguas a la redonda el chisporroteo de los granos que allí dormitaban. En el corazón de la selva, ¡volad, copos de avena ! ¡Saltad, tizón del centeno ! ¡Maíz, suena estruendoso el despertar de las pestes blancas ! Un clavo desplaza a otro, una máscara vale una máscara…
El túmulo estrafalario no es más que escamas de cemento en una taza esponjosa de la ciénaga donde el pie tropieza : el árbol fija sus raíces giratorias en el humus de esta macedonia de cemento, donde la armadura disociada se hace alcaparra. Decir raíces es demasiado poco : algunas poseen aletas y branquias, y se hunden ; otras corren, se agitan, perturban inútilmente el insomnio deletéreo del caimán en medio de la marisma, otras brincan – sin entusiasmo. Otras saltan también, pero al pescuezo de los antílopes que huyen espantados del fuego del matorral encendido por un gorila torpe. Por otra parte, era mentira : no hay, no puede haber antílopes en la provincia de Sonora. Y esto, es mucho peor que Sonora : aquí no podría haber ni siquiera el esbozo de un túnel para repercutir el eco del nombre de Sonora. Por lo tanto, raíces si se quiere, retoñan – curiosa palabtra ésta, palabra solamente (y existen muchas más largas, antropofagia, por ejemplo) pero la marca de la palaba está acerada de maravilla, y se implanta mucho más seguramente en la memoria que bajo la tierra el retoño. Así, a dos pasos, – en la pantalla de ironía con infinitas cualidades de elasticidad, y que, en consecuencia, ninguna paciencia vegetal aún nacida del terreno más compacto pueda figurar, ningún ala de águila real ocultar – surgen con mayúsculas inmensas, como un truculento atentado a la falsa dignidad del poema, estas palabras en formación.
Pero para qué los gritos, la cólera : estas palabras altas como una montaña ceden a la mínima presión del dedo, se inclinan indolentemente como para saludar a los fatigados de la primera fila. En su lugar revientan algunas ampollas de felpa, desde donde despuntan a la buena de Dios, brazos y piernas de largo variable, de un dedo o seis, siempre demasiado o demasiado poco. Pero nada que ver con el ser jhumano por nacer. Nada que ver tampoco con el Dios prometido, a despecho de mandíbulas voraces, o tal vez sí : largas alas un poco enrojecidas que no sirven para nada, un vago mechón también, a manera de aureola. ¿Son hermosos ? ¿Son feos ? ¿Comerán ? Por qué preguntarse siempre : respiran, y esto ya es enorme ; adquirieron el movimiento, aunque sus gestos sean excesivos y sus evoluciones torpes. Más tarde, se inventarán razones de ser y de esperar.
Pero no es más que una débil vislumbre, pacotilla, humareda, al lado de lo que les espera a nuestros Gimnastas : el teatro vegetal todavía no ha arrancado la primera lágrima de diva de su collar de luces de rampa, que une con favor insigne y retiene en sus pliegues húmedos el manto del gran telón de boca, todo hibiscus y magnolia.
Además, la araña de cabezas reducidas no se ha encendido todavía : pero, cubriendo el prudente temblor del tatú de turberas, el insecto a la vez rey y pueblo vibra hasta perforar las mucosas del aire, con el mismo tono feroz con que la pared devuelve las ondas de choque del clavo hasta la tiernas entrañas del martillo. Saturado de clorofila hasta el estallido, este ermitaño nacido ayer busca asumir dignamente las responsabilidades de veterano canoso que él se arroga – pero sus esfuerzos por parecer naturales son a tal punto visibles que malla a malla, en la página impresa de la víspera, las palabras que cobrarán sentido mañana se despliegan en trazos brillantes : ACTUACIÓN A PUERTAS CERRADAS.
Y todo esto, por supuesto, en el algodón empapado y germinativo de las bambalinas, no lejos del gran brasero de cangrejos, objeto de codicias conjugadas del enano amarillo y del miedo azul, con lengua dentada pero nervios flotantes. (Delicias carboníferas para consumir al galope, mientras se desmoronan lentamente los proteicos acantilados).
Entonces, es el gran alalí, aunque precediendo la invención del cobre. La carcajada que serpentea de una larva a otra estimula la fiebre de crecimiento y de generación espontánea de los últimos retoños de la savia primordial, engendros ásperos nacidos de la disyunción de una piragua dinosauria contra una cresta rocosa. Mucho tiempo reprimido, el hipo de todas las capas calcinadas por el áspero viento que sopla del fondo de los valles perdidos estalla de golpe : apertura y fuga. Ya no es más una selva, este encabalgamiento nuca sobre grupa, ya ni siquiera es una migración de ojos locos, cabeza desandando la catarata de la risa que rota sobre sí misma antes de abatirse herida de muerte – es una cabalgata desenfrenada de instintos todavía insatisfechos que se atropellan, tropiezan y trepan los unos sobre los otros para gritar más alto su prisa por llegar al término del viaje.
¡Cómo si hubiera viaje ! ¡Cómo si hubiera naufragio ! Ni agua ni fuego este caldo de calamares en la fosa oceánica, ni hecho ni por hacer este ballet de agorafobos en la fosa de orquesta, donde de tiempo en tiempo estalla en un chorro de vapor la caldera de un contrabajo… Eh, tú, el Cornaca de la rabia, ¡guarda tu giba !
¡Paso ! ¡Paso ! ¡Sácame estas espinas del camino, aunque rosas no existan !
Ellos buscarán el cociente de la mueca por la gracia.
Lo humano, será para otra vez : Sonora no ha sido edificada en un día. Será para otra vez, pero nada se pierde con esperar : ya este enjambre de burbujas de azote por encima de las cabezas caídas, este apresuramiento al dar el silbido… Basta, bastará un grano perdido y una borrasca para que la cosecha sea abundante, los patios del cuartel repletos. Para más tarde entonces la reverencia dislocada de la quilla por encima de la gorguera, la gran rueda de chorros de saliva de una cara encendida a una cara pálida. Para más tarde la partitura, los desfiles y la carrera de embolsados.
¡Para más tarde todos nosotros, vosotros, los perfectos, los cumplidos ! Esta noche se trazan – pura y simplemente – LAS GRANDES LÍNEAS.
Septiembre de 1963