Uno no se había dado cuenta que el escándalo Manet
estaba ya en el atado de leña de Courbert.
Courbet, un día, pidió a F. Wey, que estaba a su lado,
de ir a ver lo que acababa de pintar.
Era un atado de leña. Courbet retrocedió, contempló
su tela, y : ¡Mira! ¡Sí ! son unos leños…
Para el público, se trataba de leños.
Para Courbet, de pintura. A favor de esta confusión
era posible entenderse. Edouard Manet suprime
esta confusión : presenta Olympia , que es pintura
El público silba : la pintura es un escándalo…
Esto nosotros lo sabemos, y sabemos por qué.
La respuesta fue, es verdad : el tema del cuadro es el cuadro
mismo.
Son cosas dichas demasiado rápidamente, demasiado
Imperiosas, y concebidas en el momento de la irritación.
¿No es mejor contemplar al pintor mientras trabaja ?
No olvidemos esto : nosotros no somos el pintor. Nosotros
estamos, de a poco, rechazados por el trabajo del pintor,
negados por él.
¡ Contemplémoslo en su labor esencialmente solitaria !
Juzguemos : ¿qué queda de usted, espectador, en ese periplo
de una mano audaz que es la de un dormido despierto ? Rien.
¡Un poco de paciencia ! Más tarde, la tela terminada ,
el pintor exlcuído, usted será todo, es decir :
ángel exterminador y hombre libre.
Pues la dialéctica del arte está ahí, por entero, y ofrecida de golpe :
cuando el pintor se aleja, cae fuera de su pintura como golpeado
en la cabeza y se derrumba en el terreno de la vida cotidiana,
no es más que un hombre que ha apostado todo y lo ha
perdido todo. El tiempo de la obra es el exilio del espectador.
El tiempo – infinito – de la obra terminada, es el exilio del pintor.
El espectador no apuesta, pero depende de sí mismo de poderf
ganar en toda ocasión.
Hasta ahora no se ha podido descubrir en
las obras maestras de la pintura lo que hace de ellas obras maestras.
En el espacio delimitado por el marco, y en el cual algo pasa,
el pintor y el espectador no se encontrarán nunca.
La pintura, en su génesis, sólo pertenece al pintor ; en la realidad,
al espectador
La libertad tiene ese precio. ¿La libertad ?
No nos apresuremos…
Por supuesto, hablo de la obra de Silva, de estas telas que
tengo delante de mis ojos y que inscriben en grandes estrofas
vegetales y telúricas la imperiosa presencia del mundo.
Es esto que me hace meditar. No se espera de mí que yo deslice
en la superficie de ese verbo presentado a mi mirada.
Las telas de Silva se disponen como las tiradas alejandrinas. Sería
un crimen mirarlas con desdén, por esta manía de la época y
que quiere únicamente describir lo que cada uno puede ver.
Lo que Silva quiere dar a ver,
él lo da a ver.
No tiene ninguna necesidad de mí.
Pero aún si me colocara en la posición del espectador, es decir,
la del hombre libre. Pero ¿qué es un hombre libre sino aquél
que tiene el poder de ensimismarse, de meditar (y por consiguiente
sobre lo visible que le es propuesto) ?
No se trata de saber lo que vale una pintura, se trata de
comprender lo que ella dice. ¿Pero comprender qué ?
¿Y cómo ?
Nada es más enigmático que el oráculo pronunciado
por una boca pintada…
No se dice el mundo. Es una proposición sobre el mundo lo que
se dice
Una proposición soberana porque indiferente.
Las generaciones se suceden, las unas siguen a las otras,
se niegan, se alimentan y se aprueban, ¿qué importa ?
En la cristalización de la forma y de los colores,
los ojos que contemplan no son jamás cautivos.
Cierto día, yo mostré al pintor el comienzo de un apólogo Zen.
El que abre los comentarios a La doma de la vaca.
Yo no creo en los espejismos de la vida interior. Los apólogos
Zen halagan los gustos de mi infancia.
Y puesto que ellos son pujantes y sin sentido, preparan para
todos los ensueños, protegen para todas las partidas.
Solo, en estos lugares salvajes, perdido
en la jungla, él busca, él busca,
Aguas hinchadas por la crecida, montañas
alejadas, vía que no tiene fin ;
Agotado y desesperado, no sabe dónde ir.
Sólo escucha las cigarras en la tarde
cantando en los bosques de arces…
Este texto es familiar para los lectores de
Daisetz Teitaro Suzuchi.
Debe ser familiar para André Masson.
Probablemente Francisco Nieva lo conozca. En cuanto a Silva,
Ignoro si él ha incursionado en esas vertientes.
Pero nosotros contemplamos estas líneas en el libro, no como
letras negras sobre el soporte blanco del papel, sino como
un acercamiento a la obra futura, es decir, a la obra recomenzada…
Nada es menos parecido al hombre de arte que el hombre
en su cotidianeidad.
Y el mismo hombre no obstante.
Aquél que es familiar a los monstruos
Y se mueve en un universo de hojas de cristal, de palabras
murmurantes y de formas fantasmales,
con la precisión maravillosa del sonámbulo o de la bailarina.
Éste, como si la noche se hiciera sobre sí mismo, escapará a las
evoluciones familiares, perderá el hilo de plata que su doble despliega.
No me harán cambiar de idea,
yo veo en el periodo actual de Silva, en las telas que presenta,
en el espejo de mi texto,
a la vez la nostalgia del tema
y el esfuerzo desesperado del pintor para alcanzar el modelo,
reconquistarlo, una vez más ofrecerse a él.
Entre el pintor y su modelo,
ligazones extrañas se anudan :
cuando el pintor se abre al lirismo de lo que ve
(pinceles en mano, y la tela blanca por único horizonte) ,
el universo le responde por un abandono parecido.
Los espectadores distraídos continúan perdiéndose, por error,
en las arquitecturas del Piranèse.
Delante de este torbellino
de grandes riendas que Silva hace de pronto
suceder a otras telas (precedentes) sólidamente ritmadas,
como si, exactamente, necesitara leerlas mientras
las desenvuelve en cadencia,
yo pienso en esos súbitos destellos que
cada uno, por su parte, en secreto,
con emoción, saluda – pues estos fulgores
abren más mundo más que los sabios tratados de la razón
(son, aquí, las trampas de la razón
que ella nos tiende a nuestro paso).
Y yo me pregunto qué es lo que une el pintor
a esta voz exterior,
¡que es el Exterior mismo !
Yo veo en esta gran composición de Silva
el balbuceo de la ramita y la inscripción de la tempestad,
ese hombre de guerra que nombraba Claudel :
Como vemos ese capitán de
la artillería celeste, la Tempestad,
Volverse, limpiando sobre los negros
castaños su espada de oro !
No lo olvidemos : nosotros somos
modernos. Más que nunca
(quiero decir : sin velos) la soledad de la creación
hace eco a la soledad de la contemplación.
La pintura es restituída completamente
a su desorden y a su anarquía : pureza inquietante.
La cadena que mantenía la pintura sujeta a la Cité y
al comercio de los hombres de la Cité se desata.
El valor de la pintura moderna se sostiene en la poética
que ella incarna, y en la fuerza con la cual ella encarna esta poética.
Hay en la obra de los pintores
(en la obra de Silva)
un recomenzar, una repetición que,
a mi manera de ver, proponen toda la tragedia
del arte de pintar. ¡Y cómo !
He aquí un hombre que mira, luego que fija sobre la tela lo que vio
(este exterior que está fuera de él,
que está en él, que es él mismo).
Pero en lugar de irse de ese lugar,
de posar en otra parte su caballete, mírenlo,
¡él recomienza ! Y es Soulages tomando y retomando
su gama
de ritmos a veces horizontales, a veces verticales.
Y es André Masson,
La nariz frotando la tierra.
Se habla de « poética ». Se habla de « metamorfosis ».
Todo esto es verdad. Todo esto es falso.
Todo esto es verdad en la medida en que uno se coloca en la
línea de mira de lo que la pintura nos da para ver ;
en la medida en que uno permanezca en el grado cero
de la libertad del espectador, cuando el ángel no
ha ni levantado ni bajado su espada ; en la medida en que
no toma por moneda contante la proposición de la pintura.
Pero todo esto es falso cuando se quiere penetrar en
el interior del interior de la pintura.
« Poética » y « metamorfosis » son apuestas u opciones que surgen
cuando la pintura ya existe.
La pintura está por debajo de estos términos.
Ella navega en aguas bajas, socarrona y carnívora.
Como los peces informes de las grandes profundidades, ella es ciega.
Tiene la cabeza de Medusa : ella es muda.
Pintar, es domesticar.
Pero domesticar ¿a quién y qué ?
¿A sí mismo ?
Ninguna importancia, y ¿ por qué tantos gritos para un pobre
hombre que se llama Silva, o Bertini, o Zañartu ?
¿Domesticar el mundo ? ¿Y entonces ?
Domesticar el mundo significa desviar los ríos, construir cohetes, plantar selvas,
amar a los hombres de todos los países.
¿Entonces ? La pintura es palabra. Y se escucha todavía
la voz de Esquilo al alba de los siglos :
Tierra madre aparta de mí el horrible vociferador¡
y decía también :
Tú que habitas el edificio espléndido
construido alrededor de la Gran boca…
Hay allí un punto oscuro, subterráneo,
un punto inaccesible para nosotros, los que miramos,
y que no somos pintores.
Tal vez convendría esconder el rostro
negar frente a estos testimonios impúdicamente
alineados en nuestros muros !
Tal vez habría que maldecir a los pintores, exilarlos de la Cité !
Se puede, en verdad, volverlos inofensivos
de la mejor manera : admirándolos
Esos domadores tienen buen semblante :
son ellos que están enjaulados y
son las fieras que los niegan.
He aquí la nueva contradicción del arte : nunca ha habido público !
Pero el pintor vuelve y vuelve sin cesar al mismo punto. ¿Una tela ?
Si el pintor lograra una tela – una buena vez por todas-
y de la cual él no sería excluido,
él dejaría de pintar,
no habría más pintura.
Todo sería dicho, una vez por todas.
Las obras maestras de la pintura son siempre
desconocidas para sus creadores.
Aquellos que avecinan la Gran Boca de la cual habla Esdquilo
no tienen bienes más seguros que el silencio y el desierto.
El pintor, cuando el fruto maduro se desprende de él, no ve nada más.
Nada más… que justamente esto que era importante de mostrar,
y que acaba de escapársele.
El fruto niega el árbol.
El pintor recomenzará, insistiendo. Una selva será suficiente
para colmar tres existencias del pintor Silva.
El pintor, el que nos abre el espacio, no tiene necesidad
de espacio para existir. Un muro desnudo le propone (le opone)
todos los misterios del mundo.
Yo quería llegar aquí
– y por esta misma razón le agradezco a Silva por la lección
que da su obra, – y decir : el mundo no está nunca ausente.
Los hombres
(los anónimos de la pintura, nosotros, que no somos pintores)
no están jamás ausentes de la pintura.
Ellos están concernidos por ella, estrechamente, durablemente.
No hay, no ha habido nunca público : el « otro »
no existe en el reino de las artes !
No hay pintura sin tema (pues la rabia, aún la más extrema,
conserva por lo menos el testimonio de esta rabia extrema),
y el modelo de todo –esta medida de lo que existe, y que da la medida de lo que existe ;
y esta medida de lo que no existe, y que da la medida de la manera
que es la de proponer su no-existencia- es el hombre.
El hombre no existe sin el mundo.
El hombre es mortal.
Y porque él muere,
porque él morirá, el hombre
caminando sobre la redondez de la tierra
o incurvando bajo él las aguas,
junta en él la aurora y el crepúsculo : la trayectoria del sol.
Cuando este hombre es un pintor, lo que lo reclama el fondo
de su alma, lo que habla por sus manos, es la grandeza del mundo
unida a la muerte del hombre.
Se dirá que estos razonamientos (perdón ! es lirismo…)
son muy extraños en la pluma de alguien que supone pensar
en marxista.
¿Pero qué quiere decir todo esto ?
Se piensa en hombre, no en marxista, no siguiendo un canon ;
El marxismo no es una máscara, se lo olvida demasiado.
Yo hablo del pintor Silva.
Lo he conocido en un período en que las telas que hacía
se desenrrollaban como los rollos chinos de la época alta.
No era posible ver el conjunto de una sola mirada. Era necesario
seguir esta línea que era como una línea de escritura y
que contaba la alegría, pero una alegría púdica y encerrada sobre sí misma.
El surrealismo pasaba todavía su nariz entre los batientes
de esta época.
Luego, hubo el Silva de los fondos submarinos. Un periodo glauco.
Con sus lianas, y pájaros que cantaban como el pájaro Peep,
es decir que cantaban sólo para ellos.
Y esas telas tenían el gran mérito de hacenos tender la oreja.
Había siempre esta retención del lirismo, y esta contracción
en la materia pictórica y que componían como una canción triste.
El surrealismo estaba lejos.
El poema paraba la oreja.
Luego, de pronto, hubo…
yo no sé lo que hubo.
¿Tal vez el susurro de la selva ?
Tal vez, como lo dice tan bien el poeta armenio Eghiché Tcharentz :
el cielo oscuro, las fuentes claras, el lago
nimbado de luz,
el sol del verano y el viento violento del
invierno que rabia y ruge como un dragón,
los muros tristes de las chozas perdidas
en la noche
y las piedras tramadas de siglos ?
Tal vez…¡sí ! Hubo de pronto
el mundo con su tumulto y su gloria,
con sus silencios y su desenlace,
con los mil ramajes de su corona
y el manto de las olas
por todas partes a su alrededor…
Hubo, de pronto, un pintor !
París, octubre de 1959.